MARIA YUDINA

María Veniamínovna Yúdina (1891-1970) fue una pianista rusa, una de las pocas voces del mundo artístico soviético que mostró abiertamente su disconformidad con el régimen comunista, lo que le costó numerosas represalias.
Cómo la pequeñita pianista de origen judío, en 1943, cerró el Gulag y logró recriminar al malvado y déspota mundial Yósif Stalin.
Fueron tiempos horribles. Se denunciaba, se delataban unos a otros. Las ejecuciones estaban a la orden del día. Las almas desaparecían en las lejanías ignotas.
Cuando María Yudina estaba en el conservatorio de Petrogrado, en la clase de la profesora Yesipova, o en la de Blumenfeld, otro pianista eminente, se interesaba por el órgano y la dirección de orquesta. Se ponía a menudo en el atril del conductor.
Aprendió a no tener miedo, y reaccionaba con una indiferencia absoluta ante sus éxitos como pianista.
El año 1943 fue especialmente grave.
Había muchas pérdidas... Los más próximos desaparecían sin dejar rastro. La correspondencia se hizo limitada.
Mucha gente allegada a María Veniamínovna casi se volvió loca: por todas partes aparecían huellas de sus dedos que los incriminaban.
El año era anómalo. Primero prohíben sus actuaciones y luego las permiten; no tiene programado ningún concierto. ¿Qué escenario podría obtenerse para un concierto, si la guerra aumentaba en su fragor, mezclando todas las cosas alrededor? Bombardeos y cañonazos, gritos de moribundos... Los presos... Chicos de 20 años muriendo a miles en el frente, en el infierno de Stalingrado...
Ella ‘Prefiere a los autores contemporáneos. Entonces pertenece a la corriente enemiga nuestra...’. Fue una pianista ‘en desgracia’ con una reputación severa y acabada, tachada de: ‘sectaria’, ‘judía’, ‘formalista’. En otras palabras, fue rechazada desde todos los puntos de vista.
Inesperadamente, la invitaron a presentarse en un programa de radio, en directo, por la tarde. Después de la parte habitual dedicada a las últimas noticias del frente –las victorias, las pérdidas,...- a María Yudina le es concedido el éter de toda Rusia.
Habiendo sido programado dos semanas antes, esperaban a otra persona, pero hubo que sustituirla: el solista previsto resultó ser un elemento de poca confianza, que cayó bajo sospecha. La reemplazante fue María Veniamínovna, ya que parecía ser una pianista extraordinaria desde el punto de vista profesional.
Sucedía que sollozaba en los movimientos lentos, dejando caer las lágrimas cristalinas sin poder contenerse. Todo el auditorio la acompañaba en su llanto, en un concierto sinfónico o un recital.
Estando segura en el texto musical, María Serafima va a leer los gemidos mortales de los moribundos en los campos de la Segunda Guerra Mundial, de aquellos cuyas vidas fueron segadas por las balas, por las granadas de cañón, de quienes fueron alcanzados por las bombas de los ‘Messerschmittes’...
A ella se le otorga hoy un auditorio millonario.
Se aprovechará de la ocasión, llorando por los millones de almas no culpables de nada, que cayeron bajo el Monte de Segures en el Gulag.
En el atril del director estaba su antiguo amigo, Alexánder Vasílievich Gauk, con quien se entendía maravillosamente.
Durante la emisión en directo a toda la Unión Soviética le brotaban las lágrimas: del más joven al más viejo, sin importar su religión o nacionalidad. Sollozaban los rusos, los alemanes, los franceses...
...Stalin conectó la radio, como siempre, para distraerse de la tensión del día y escuchar las últimas noticias. Y cuando se disponía a apagar el receptor y acostarse para descansar, se anunció el ´Concierto para piano Nº 23, en La mayor’ del compositor austriaco Wolfgang Amadeus Mozart, interpretado por la pianista María Veniamínovna Yúdina.
Desde los primeros acordes, no pudo dejar de escuchar. Así, se mantuvo en una posición inmutable.
Fue algo extraño lo que hizo la música de Mozart en el corazón del tirano, al ser interpretada por una gran pianista. Stalin se vio a sí mismo como un niño pequeño y huérfano de padre y madre. Lloraba por él mismo...
A Stalin se le abrieron los ojos. Junto a Mozart (envenenado y durmiente en cualquier fosa común) y María Veniamínovna Yúdina, él vio a los 20 millones de presos que fueron tirados por el talud del Monte de Segures según su directa aprobación. El tirano tuvo miedo. Él vio cómo estos 20 millones de seres absolutamente inocentes no se fueron a ninguna parte, están vivos y le piden cuentas.
Quería escuchar más y más, pero... La transmisión directa se acabó. Stalin apagó la radio. Y cerca de las 10 de la noche, personalmente, sin recurrir al intermedio del secretario, llamó al Comité de Radio.
Dmitri Shostakovich describe este hecho en sus memorias, publicadas en América por el musicólogo Solomón Volkov. Hace referencia a María Veniamínovna, con quien él mantuvo amistad, a quien relató, al parecer en una conversación privada, su historia de cómo Stalin llamó a las 10 de la noche al Comité de la Radiodifusión.
A la voz sorda, bajo unos bigotes, no se la podía dejar de reconocer. La voz que difundía horror a todo el alrededor, que las más de las veces significaba en realidad una condena mortal clavándose en las profundidades oscuras de la subconsciencia, sospechando, amenazando... Una voz a la que no se podía decir ‘no’.
La conversación, según Dmitri Shostakovich, se redujo sólo a tres frases:
–¡Llamad a quien recordéis! Reunid la orquesta, la pianista. Durante la noche grabaremos el concierto, para que en la mesa del inolvidable caudillo del pueblo, a las 9 de la mañana, venga Johann Chrysóstomos Wolfgang Amadeus Mozart en persona.
No pudieron reunir a aquellos que hacía pocas horas que habían tocado en la transmisión directa: los músicos se habían ido para otras ciudades. Reunieron una orquesta casual. Sólo cerca de la medianoche se reunió a un grupo que era capaz de interpretar la parte orquestal.
¿Qué vivió Yúdina en aquel momento?
‘He aquí, vienen a recogerme. He aquí que llega mi hora del sagrado martirio...’.
Durante una hora, repasó toda su vida. Se despidió mentalmente de sus allegados. Agradeció a aquellos que le prestaban refugio doméstico, sus bienquerientes y oyentes. Se le saltaron las lágrimas.
¿Pero qué es esto? El voronok se paró directamente frente a la puerta del estudio del concierto del Comité de Radiodifusión.
Oyó cómo le dijeron brevemente: ‘Pase’. Y le acompañaron, bajo la mirada asombrada de los músicos de la orquesta, hasta el mismo piano.
!Stalin! Stalin... Stalin...’ –oyó ella. Algo terrorífico, ‘acerado’, quimérico, como un torbellino, envolviéndola en una vorágine, en un horno ígneo de la batalla de Stalingrado... la sinfonía de Stalingrado...
¡Stalin!.. Stalin había escuchado su interpretación del concierto de Mozart en directo. Stalin personalmente ordenó hacer un disco con su interpretación. Esto era más que si ella hubiera logrado una audiencia personal de Stalin para pedirle acerca de sus prójimos y amigos, perdidos irrevocablemente en los campos del Gulag.
Ella decide que le revelará toda la verdad. Va a tocar personalmente para Stalin. Tan solo hacía unas horas que ella había llorado por los 20 millones de víctimas inocentes del Gulag. Ahora ella haría que el tirano del Kremlin los viera, hasta al último de ellos, para que sus gemidos mortales y petición de cuentas alcanzaran su corazón, como el de todos los verdugos. Ella, por fin, le revelará la verdad sobre él mismo.
La orquesta está paralizada. No pueden compenetrarse bien, ni afinar sus instrumentos musicales. Pero no hay ningún temor en la faz de María Yudina. Sus manos están tranquilas. Toca maravillosamente.
Y María Veniamínovna, al interpretar el segundo movimiento (Adagio), dejaba caer unas lágrimas cristalinas. Decidió no tanto complacerlo y consolarlo, sino atravesar su corazón con los gemidos mortales de millones, deteniendo sus barbaridades.. Eran éstos los pensamientos con los que la pianista Yúdina interpretaba el concierto Nº 23 de Mozart.
Algo ocurrió con Stalin. El disco le tocó en lo vivo. Se encerró durante tres días, pidiendo sólo que le llevaran té con un bocadillo: día y noche escuchaba el Adagio del concierto de Mozart, interpretado por Yúdina.
Estaba aliviado. Por fin, él prorrumpe en sollozos. Stalin se deplora a sí mismo... Se le presenta una imagen extraña. Al igual que un niño que por vez primera abre sus ojos, Stalin está oyendo los últimos gemidos de millones. Ante su mirada están pasando como un relámpago sus antiguos colaboradores, miembros del gobierno y funcionarios del aparato estatal, los que según su disposición personal fueron fusilados. Unos se resignan, otros le piden cuentas. Toda la imagen del Segundo Gólgota pasó por Stalin como una nube. Cuando el gramófono se calla, la música sigue sonando en sus oídos.
Él quiso de alguna manera agradecer a esta mujer que lo hubiera liberado de miles de quimeras, que le hubiera abierto los ojos a muchas cosas. Aquel mediodía ordenó entregar a Yúdina un sobre con dinero (20.000 rublos, que equivalen a unos $2.000.000 de hoy en día) y darle el Premio Stalin de primer grado.
Yúdina vive en la miseria. No tiene ni hato ni garabato, ni piso, ni piano de cola. Ella decidió escribirle una carta. En unos días, sobre la mesa de Stalin había depositada una misiva con el siguiente contenido: ‘Día y noche, voy a rezar para que Le sean perdonadas las fechorías monstruosas que Ud. ha cometido contra Su pueblo. Rechazando el Premio Stalin, envío el dinero para la restauración de una iglesia y para la salvación de Su alma.’
Stalin decidió cerrar el Gulag. Según su disposición particular, los campos especiales se disuelven y los antiguos presos son enviados al frente, y otros son liberados.
Según las palabras de Dmitri Shostakovich, en el despacho de Stalin, después de su muerte, encontraron aquel mismo disco de gramófono, el cual, en un solo ejemplar, publicó el radiocomité en 1943.
Stalin aceptó la muerte bajo las lágrimas del Adagio de Mozart...

–Me han dicho que desde su estudio de radio se ha transmitido el concierto de Mozart para piano y orquesta, interpretado por la pianista María Yúdina.
–Sí, Yósif Visariónovich, así es, desde el nuestro.
–¿Ha sido el concierto grabado en un disco?
¿Acaso podía alguien de los colaboradores del Comité de Radio hacer un reproche al “clásico vivo del marxismo-leninismo” por su ingenuidad? Pues, ¿cómo podía aparecer un disco del concierto enseguida? La grabación no estaba prevista en absoluto. Había tenido lugar simplemente una transmisión en directo. Pero contestar “no” era peligroso: te considerarían un enemigo del pueblo y un elemento contrarrevolucionario.
–Sí, Yósif Visariónovich, –dijo casi automáticamente, a quemarropa, el jefe del radiocomité.
–Entonces, envíenmelo mañana a mi chalet en Kuntsevo, a las 9 de la mañana.
La voz fría e imperiosa se calló. Empezó a sentirse cómo un horror fúnebre se apoderaba de todos, poniéndolos en un pasmo total.
No se podía decir la verdad: Los encarcelarían. No se podía negar a Stalin. Si al día siguiente, a las 9 de la mañana, esa grabación no estaba encima de su mesa, se metería en la cárcel a todos esos enemigos musicales del pueblo, sin tener lástima de ninguno.

